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La barredora de almas

Yo creía que el infierno eran las redes sociales hasta que llegué a esta reunión social y un tipo sin que yo le pregunte me dice que trabaja de coach. Acabo de llegar y ya a estas jóvenes alturas de la noche mi alma está desesperada por detonar la bomba ninja de humo y largarme del lugar sin saludar. Pero no escucho a mi alma, que últimamente está blandita y cansada, me sobrepongo a su desesperación, le doy otra chance a la noche. 

Quedate, algo puede pasar. Algo que se salga de esta brutal normalidad. Dos cigarrillos más, Adrián, dos más. 

Cuando empezás a medir el tiempo en cigarrillos le perdiste el miedo a la muerte. Cuando le perdiste el miedo a la muerte le perdiste el miedo al fracaso. Cuando le perdiste el miedo al fracaso ya sabes que la vida es un error que vale la pena vivir como un milagro. Hasta que alguien pone música de los 80s. A todo volumen. Música que todos conocemos. Música que nos gusta porque todos la conocemos. 

Ahora una charla. Que primero empieza prometedora y luego acaba como casi todas: tenerla o no tenerla daría exactamente lo mismo. Paciencia, Adrián, paciencia. ¿Llegará un loco o una loca a esta ronda que detonará esta plaga de sentido común, de final esperado? 

Otra persona llegando a la ronda. Yo expectante. ¿Será mi candidata? ¿Honrará ser distinta? No: dice también trabajar de coach. Yo luchando. Por quedarme. Por no irme a casa. Por darle una chance a la noche, a la vida, a la muerte, al tabaco, al fracaso, al milagro. A mí. 

Ahora escuchando la conversación. Los precios, la inflación. Lo aburrido que es Viena. Pero tengo aun peores noticias: acaba de sumársenos otra persona que también resulta ser coach. Y se rien, bebiendo. Wow. Vaya coincidencia. El único no coach soy yo. ¿Y a qué te dedicas vos? A irme a mi casa, a eso me dedico, la mayor parte de mi tiempo estoy yéndome a mi casa.

Calle abajo por la Margarethen el invierno me rompe la cara. Pensando en que he cometido un pecado horrible: he fingido para agradar. He aceptado una invitación a una fiesta para no estar solo. He ido a la fiesta y odio las fiestas. Y me he quedado en la fiesta. Desde el momento en que entré a esa casa he sabido que no había nada para mí. Y me quedé. Por interés, por conveniencia. Es que la época es demencial. Me doy cuenta de que estamos queriendo conformar lo que creemos que hay que ser y no estamos siendo conformados con lo que somos.

El otro día acompañé a un amigo a una jam session de música experimental. Mi amigo quería conocer la escena. Quería ser parte de la escena. Se subió al escenario junto a otros músicos y vi en su cara la desilusión. Nadie escuchaba a nadie. Cada músico o música iba a su rollo. Todos estaban ahí para ser parte de algo. Volvimos a casa con mi amigo y se fue a dormir temprano. Me dijo que se sentía vacío.

¿Cuánto de la actitud de conformar viene de las plataformas cibernéticas y de los efectos invisibles que causan en nosotros? Las marcas hacen productos según lo que creen que su audiencia quiere comprar, los artistas producen arte según lo que ellos mismos creen que el famoso estúpido algoritmo más distribuye entre las audiencias, la gente hace y es lo que cree que los demás creen que deberían ser las personas en general. Estoy cansado. Y la inteligencia artificial viene a ser la máxima expresión de este sistema de espejos del horror. La máquina ordenará lo que cree que el humano debe hacer y el humano acatará y ejecutará lo que la máquina dice. La gran burbuja virtual está en marcha. Hay olor a falso. Hay olor a juego de rol, a inautenticidad. Y está acá afuera, no sólo en la vida virtual. Está acá, en esta calle, en este mundo, en la Margarethen, en mí, con el viento rompiéndome la cara, camino a casa.

Las plataformas sociales están llenas de gente indistinta. Streamers, artistas, entretainers arrojados al capricho de lo que se debe ser hoy y al capricho de lo que mañana habrá que ser. Es increíble todo lo que hacemos por satisfacer a un algoritmo, a un cerebro electrónico. Hoy somos coaches y mañana seremos artistas. Todo por satisfacer la idea que creemos que otro tiene de nosotros o la idea equivocada que nosotros tenemos de nosotros mismos. Pues tengo buenas noticias: nos vamos a morir, qué importa todo eso.

Ahora comprando cigarrillos en una máquina automática. Sí, he pecado de conformar a los otros y a la imagen que tengo de mí mismo. La noche está helada y sola. Frente a la estación Pilgramgasse hay ratones que van y vienen desde una obra en construcción hasta un puesto de kebab carroñeando los restos de comida de los borrachos de la noche. Los ratones no lo saben. Pero estamos en la era de la Gran Barredora que barre al distinto, al que no se somete. Aquel o aquella que no se comporta como la mayoría, queda fuera de juego. 

En mi adolescencia, en los 90s, tipos como Elon Musk o Steve Jobs eran el enemigo. Eran opresores malditos que nos sometían a todos con inventos que, según sus propias creencias, beneficiarían a la humanidad. Y tal vez lo han hecho. Pero me niego a que esta gente se los llame benefactores. En mi universo, los únicos benefactores de la vida son los distintos. Los poetas, los locos, los artistas y los filósofos, aquellos a los que hoy la Gran Barredora está a punto de barrer. Allí están, como la sección cultural de los periódicos: al final y en extinción. El mundo del arte, el mundo de una obra seria, personal e íntima ha desaparecido. Un cuadro se pinta en dos sesiones y se publica en internet. El arte, si todavía existe, está a punto de ser barrido.

En el gobierno de la Gran Barredora, los poetas de la vida, los distintos viven al margen y son un peligro para el estándar. Los distintos tienen distancia. La distancia con las cosas permite no estar envueltos en las cosas. No estar envueltos en las cosas permite ver. Como un pintor cuando se aleja de su cuadro, permite ver el Big Picture, la Matrix. Ver la Matrix es peligroso para el Poder. Y además cuando ves la Matrix estás solo. Y quién quiere estar solo. Yo esta noche no quise estar solo. He cometido el pecado de ir en contra de lo que soy.

El éxito de la Gran Barredora se debe a este miedo a la soledad. Es un reflejo de supervivencia. Cualquiera sabe que saltar fuera del montón te deja solo. Cualquiera sabe que un paso hacia vos mismo es un paso atrás del Otro. Pero no cualquiera sabe que un paso hacia vos mismo es un paso a la humanidad, a la diversidad, a la heterogeneidad, al todo. Al final de nosotros hay los otros. 

La mayoría no se atreve a ver el Big Picture porque el Big Picture es un Horror Picture y, si lo llegan a ver, vuelven al cuadro espantados de soledad y se acercan tanto al cuadro que directamente se vuelven el cuadro. Y una vez que son el cuadro ya no distinguen. Ya no son distintos. Ya son iguales. Ya pueden dormir acompañados por la gran mayoría.

Yo vuelvo a casa otra vez, cerrando la puerta, dejando a mis pecados y al mundo afuera. Pensando en mi amigo Agustín, solo y con ataques de pánico, en Buenos Aires. Pensando en Mariela, también en Buenos Aires, que nunca aprendió a cocinar ni un huevo frito. Pensando en mi amigo Nicolás, desperdiciando todo su talento en un campo de marihuana en California. Pensando en mi amiga Paoletta, en San Sebastián, sola en el parque Enea en la noche mirando a una estrella en el cielo. Pensando en mi amiga Melina, en Berlín, con algún tipo desparramado sobre su cuerpo. Pensando en Stefan, al otro lado del puente, en Viena, metido en una universidad que lo vuelve más loco de lo que está. Pensando en mí. Solo y con frío fumando con las ventanas cerradas. 


Como es costumbre en Pig News les comparto un joya. Les dejo al artista Robert Filliou haciendo su performance en la cual obedece a las órdenes de una T.V. con su propia imagen.

© Adrián Dozetas

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