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Un día sin siesta es un día perdido
Esa es la actitud que hay que tener: dormir la siesta
No es novedad que un evento fisiológico como la siesta se haya transformado en un lujo. La revolución industrial le ha quitado el sueño a la humanidad: no se dormía cuando se quería sino cuando se podía. Así mismo la revolución que le siguió a la industrial, la digital, no sólo continuó el legado de su predecesora sino que además de dormir poco nos hizo dormir mal, con un video de fondo, con la luz de las pantallas penetrando nuestros párpados. Yo propongo que, antes de la próxima revolución, la de la inteligencia artificial, iniciemos la revolución de la siesta.
La siesta, refrescante natural, es un acto de resistencia contra la productividad y al mismo tiempo a favor, divide el día en dos. Y como cualquier acto o cualquier persona que hoy no tome partido a favor o en contra de una causa, la siesta se suma al catálogo de condenados.
Los dedos acusadores apuntan a quienes duermen y aman la siesta, dormir la siesta es símbolo de pereza. Pero el siestero es previsor, no perezoso. La siesta es el arte de descansar antes de estar cansado. Debemos dormir no sólo sin culpa sino con malicia. La siesta en días de semana tiene además ese sabor extra de dormir mientras otros hacen.
El buen siestero, la buena siestera es turista del paraíso más a mano que tenemos y posee el poder de perder el tiempo de la mejor manera: desapareciendo del mundo por un rato en mitad del día. Momento de privacidad individual. A solas o compartida. Gloria y siesta. El siestero o la siestera cierra sus ojos tras medio día de ruido y furia como diciendo: ahí afuera se quedan, hijos de una gran perra.
Aquí les dejo los 24 Preludios de Shostakovich, interpretados por Keith Jareth. Dura 2 horas y 15 minutos. Los primeros doce preludios pueden escucharse durante un almuerzo perverso y dos copas de vino demoledoras. El resto de los otros doce preludios, para dormir.
© Adrián Dozetas